A veces no hay palabras ni citas que puedan resumir lo que paso aquel día. A veces el día, simplemente... termina.

martes, 15 de enero de 2013

Catalino ''el grande''

 
 
“No hay nada más fácil que censurar al malhechor; nada más difícil que comprenderlo”.
-Dostoyevsky


El hombre juicioso, reposa, recuerda en su templo. Nació en ese santuario libre de guerras, de gentes extrañas, de musarañas y ladrones. Creció envuelto en mantas de mundo pequeño, de brazos cotidianos, de sonrisas conocidas, de experiencias de aletargar la valentía y ver pasar el viento.
El viento, sólo él trae novedades a sus ventanas de lo que habita en el mundo, más allá de su refugio.
El Lodos empujó hasta su reducto a la dama de siete velos: tan bella, tan diferente, tan trascendente en sus movimientos de cadera, tan volátil en sus sueños, tan efímera como la voluta de humo de su pipa.
El  Siroco arrastró hasta su jardín al loco de los gritos de la miseria y la víscera: tan extravagante y abrasador como los fuegos fatuos del averno. La última vez que lo vio corría colina abajo desnudo persiguiendo a una cabra en celo.
Cuando sopla el Ábrego le trae siempre la compañía de un docto labriego: tan sincero y llano como un bocata de chorizo del bueno, y le habla de la mujeres de los barrios rojos y de las ciudades sin sueños.

Recuerda con especial cariño esa mañana que la Tramuntana transportó a un errante a sus puertas. Hombre de fibrosa complexión, altura de caballo y mirada perezosa. De ademanes lentos y armoniosos, de palabras que crujían como dulces almendras garrapiñadas y abrazos que fundían todas las penas.
-¿Cual es tu nombre?
-Catalino ''el grande''
-¿Que gestas has llevado a cabo para que se te otorgue tamaño adjetivo?
-Erré en mi juicio y lo proclamé sin miedos. Callé mis defensas por no alimentar las heridas. Amé en desmesura a muchas mujeres hiriendo a la que mas quería. Ella empuñó la amargura y arremetió sin clemencia contra el mundo y mis huesos. Arrastré mis despojos hasta su calvario y le prometí un amor eterno plagado de fracasos. Ella me perdonó a medias y yo me esperancé por poder alimentarme de sus mitades entregándole mis enteros.
-¿Eso es todo?¿Realmente te crees grande por mostrar tus defectos? Eso es una locura sin sentido.
Yo creía que me contarías como ayudas a los pobres, sanas a los heridos de tristeza, escuchas a los desolados, ilusionas a los escépticos y matas monstruos que amenazan con devorar las ternuras.
-Puedo contarte como entrego las pocas monedas que tintinean en mi bolsillo al que tiene hambre de tres días. Puedo contarte como acaricio las lágrimas de las mejillas desesperadas o como el calor de mi silencio acompaña la confesión del que ya nada tiene. Puedo con un verso hacerte creer en dios por un momento y temer al infierno eternamente. Puedo mostrarte las cicatrices que los monstruos vencidos dejaron en su postrer aliento sobre mis hombros.
Pero tu me has preguntado que me otorga el derecho a llamarme ''el grande''. ¿Hay mayor grandeza que haber vivido fuera y dentro del abismo y mostrar al mundo con noble honestidad las miserias que en uno habitan?
Mi grandeza es aceptar que el desprecio de otros empapa mi vida y aun así seguir amándoles en sus defectos. Sólo se sabe que es el amor cuando le otorgas a alguien la capacidad de destruirte confiando en que no lo haga, y si lo hace amarle más que nunca.
Mi grandeza es el resultado de la temeraria decisión de ir yo a la vida y no esperar que ella venga a mi.





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