recitabas creyente:
"vales lo que vale tu trabajo"
ese que alimenta tu úlcera abiertay que con cada bocado de dignidad que te tragas
-como una vieja sin dientes-
te mastica hasta las encías.
"vales lo que vale tu novia"
esa con boquita de pato que te cuelga del brazo que te llegó por catálogo exclusivo de bellas y divinas
perfectas féminas de buen barrio y mejor familia.
"vales lo que vale tu reloj"
titanio indestructible a riñón el gramosumergible hasta la cueva del leviatán extinto
aunque tú no cates el agua porque la sal te da grimilla
y te jode el esculpido de gomina.
"vales lo que vale tu cobarde silencio"
mutismo paladín defensor de tu exigente estatusafasia que sepulta tu pasado de noble cabrero
tumba de parientes de barrio pobre.
pero tienes alma de gitano y algo hurgó la herida
y esa grieta que creías cauterizada
supuró tus honras de franco villano.
y la puta que te amamantaba
te apartó de su ubre de pezón sangrante
¡hijo bastardo rechazado!
y te lanzó sin miramientos sobre el regazo de los de tu calaña.
y te despojaron,
pieza a pieza, jirón a jirón
del decorado de tu vida:
tu líder te nombró inútil descerebrado no apto
y te mandó al carajo con el beso de judas,
y entregó tu escalón privilegiado a ese becario
un pobre gusano sin futuro
que trabaja por un café quemado.
tu princesa se deshizo de tu abrazo
con la discreción que le otorga su clase,
con la indignación de quien se limpia una caquita del zapato,
con la indiferencia del que contempla la muerte de un escarabajo.
tu reloj corrió de mano en mano
en el mercado negro más honrado,
una venta rápida a los yonquis de tu antiguo barrio
con descuento obligado bajo el filo de una navaja
y agradecimiento humillado
por conservar la vida que te queda.
y viste tu destino reducido
al valor de una bala en tu cráneo,
al largo de una soga de esparto
en la viga de tu chabola,
al salto desde un quinto
sobre el asfalto de los derrotados,
a una vena abierta goteando lamentos
a los pies de tu cama vacía.
pero tu padecimiento no vale la grandeza de un suicidio,
tu averno no posee la fastuosidad de un infierno de Dante,
ni la tragedia poética de un Hamlet de Shakespeare.
tu infortunio es un vulgar bidón quemando basuras podridas,
no eres más que el despojo de un mundo banal que comercia con mentiras.
ahora que sabes al fin quien eres, te alzas otra vez como cabrero
y ves pastar a las locas bestias de tu niño vecindario,
y te sonríes afortunado porque aún te den cobijo
el noble rey de los anónimos, la madre de todos los huérfanos ignorados,
y besas al soberano de los olvidados que te recuerda como al hermano
que un día marchó en busca del dorado para regresar hoy
más viejo, más triste, más pobre
más humano.