A veces no hay palabras ni citas que puedan resumir lo que paso aquel día. A veces el día, simplemente... termina.

viernes, 31 de mayo de 2013

Palabras desnudas



He imaginado un centenar de veces la escena, al igual que un niño moldea y adorna el sueño de una mágica mañana de navidad, he imaginado hasta el último detalle de un encuentro que jamás sucederá. El llevará levita, yo una sonrisa ilusionada, el se mesará la barba, yo tartamudearé tontamente, el encenderá una pipa, yo alisaré nerviosa el mantel donde reposaran dos deliciosas tazas de café humeante.
-Es un honor que haya accedido a tomar un café conmigo.
-El placer es mío.
Me hablará de su esposa y el amor que se profesan, de las bellezas arquitectónicas que erizan su vello cuando el silencio de sus piedras le cuentan historias muertas, de las letras desbocadas que a modo de látigo de disciplinas* arranca la piel a un mundo dormido ante el dolor y vapulean a unos hombres indulgentes ante la injusticia, a una masa egoísta que justifica y perdona la barbarie si con ello se asegura un día más de confortable anestesia.
Alabaré su trabajo y el me mirará con ternura agradecida.
-A tenor de parecer excesivamente aduladora debo confesarle que su obra arranca todos los velos que ciegan los ojos, sacude vergüenzas y provoca esa fiebre que lleva al punto de ebullición el humanitarismo y congela el tuétano de ese egocentrismo narcisista que como enfermedad crónica pudre cualquier sociedad. Permítame hacerle una pregunta, ¿Qué espolea esa línea de pensamiento?
-Mi querida dama, es sencillo. No se busca, no se elige. Puede ocurrir que en el transcurso de la vida de un hombre: un acto, un acontecimiento, una palabra, den origen a un golpe de viento. Como si una seca palmada se ejecutara en el rostro y la onda de aire que origina obligará a batir las alas a lo irremediable empujándolo hacia lo inevitable. Y el contundente sonido que acompaña al golpe de aire hace sangrar los oídos, los destapona y al fin se hunde hasta la empuñadura toda esa verborrea floreada y disfrazada hasta el ridículo de metáforas llegando a nuestro cerebro totalmente desnuda y desprotegida. Y vemos en esa desnudez toda la mentira, toda la mezquindad todo el egoísmo que tanta lengua sin nudo vomita, tan enrevesada a veces que ni el autor consigue a su fin descifrar tal galimatías, tan adornada de lírica poética que acaba asemejándose a una esperpéntica furcia de arrabal maquillada a golpe de escoba, tan desgarradoramente quejicosa que avergonzaría al niño que llora por un caramelo negado, tan altanero arrebato de reina indignada que hasta la guillotina se negaría a cortar ese cuello por no manchar su hoja con su podrida sangre. ¿Y debemos soportar estoicamente la crítica de ese estúpido, el consejo de ese lerdo, el acto de ese que busca consuelo y comprensión para con su desgracia de insignificante burgués a la cabecera del que muere de hambre? No! mi querida dama, debemos manchar de barro de realidad  al que se obstina en ignorar, coser la boca al consejero altanero con silenciosos actos que ruboricen su estupidez. Mi querida dama debemos degollar su orgullo y abonar con su cadáver los campos de dignidad del que no otorga porque calla si no que calla por no gritar venganza.

Y sin haber oído jamás su voz, sin saber de su altura, de su ancho, de su gesto, sus palabras son ya cicatrices que acaricio con deleite.


*Disciplinas: Látigo que en su terminación se divide en varios cordajes coronados por púas o cilindros.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Luz vagabunda



cuando ya me quiebro
y apoyo la cabeza sobre las manos,
cansadas crujen ante el imposible del peso que soportan
ese tonelaje que aplasta mi empuje
que frena la inercia del querer creer,
del querer arrancarme los ojos por no ver

y mi esperanza es una luz vagabunda
que huye de una voz que desnuda en una pared negra recita,
es un grito que llama a rebato
que reúne en la corte de los milagros*
a los desheredados que tienen como santo y seña a mi luz vagabunda

me desligo, me torturo con recuerdos de agujas
me desligo, me templo con presentes de dagas
me desligo y como un haz en una densa nube de pólvora que quema
veo trazar un arco de huida a mi luz vagabunda


*La corte de los milagros (Cour des miracles en francés): era una zona del París medieval habitada por mendigos, ladrones y prostitutas. Se encontraba en el barrio del mercado de Les Halles. Recibió este nombre porque sus habitantes, por el día, pedían limosna fingiéndose ciegos o discapacitados pero de noche, ya en la Corte, recuperaban milagrosamente la salud. Aparece en la novela del escritor francés Victor Hugo, Nuestra Señora de París. Valle-Inclán aplica alegóricamente su sentido para ridiculizar la corte de la reina Isabel II, bien conocida por sus vicios y excentricidades.

martes, 14 de mayo de 2013

Martes de Carnaval



''Me llamo Partchechiffons y soy del mundo. Como el mar, las piedras, el aire, los árboles, como cualquier creación singular o plural  ajena al hombre, yo soy del mundo. Mi patria es el todo sin pertenecer a nada, mi religión la belleza...''

Escribe despacio y tembloroso, como el amante que se despide por siempre de su amada, como el reo que escribe sus póstumas voluntades, como el hijo que relata desde el llanto de la guerra.

Partchechiffons, es exactamente lo que su nombre indica: un parcheado de harapos. Retazos de desechos de fealdad que el mundo había alumbrando sin ton ni son sobre cualquier ser que en él habitara y que Partchechiffons como un experto apicultor recolectaba: la joroba que tornó arisco y cruel a un Narciso, el tartamudeo irritante que reprimió la lengua de un galante Casanova, la dentadura en desbandada de una prometedora Matahari que la condenó a habitar en la taberna de las cloacas sirviendo vino rancio a los ciegos que palpan a las damas a partir de la frontera de sus pechos. Partchechiffons ejecutaba su don ante tal despropósito y secuestraba esas feas crueldades y con la delicadeza de una dama las vestía con la elegancia de un cisne, otorgando así a esos pobres infelices la oportunidad de lucir su belleza por derecho.
Arrancando esas las lacras que el destino había pintado en sus cuerpos retorciendo las articulaciones de mundo en su primer llanto fuera del vientre como si ese día un sádico hubiera secuestrado a la poesía, Partchechiffons se herejía como justo redentor de la belleza y borraba dulcemente esa afrenta imperdonable.
Partchechiffons es la fealdad excelsa, y como cualquier sublimidad es imprescindiblemente bello. Nada en su hechura, en su porte, en su sonrisa, en su mirada, en sus ademanes desentona, es de una fealdad tan perfectamente equilibrada que ''imposible'' es el adjetivo que alumbra en los labios de quien por suerte le observa.

Escribe hoy esta hermosa gárgola su despedida. Su parcheado se cae pedazo a pedazo. Se corroen los remaches, se desprenden los recosidos. Se desoja hoja a hoja no como la hermosa y sencilla margarita silvestre, es más como una triste alegoría al pelado de la cebolla, como ella bajo cada lámina de fealdad que se desprende aparece otra que irremisiblemente inicia también su exfolio. Partchechiffons se muere a capas. Contempla afligido este otoño corporal entre lágrimas espesas que se encallan en las comisuras de esas costuras antaño fuertes y que hoy no son más que débiles hebras que se descorren como tímidas culebras. Este mundo que él ama le ha suprimido, le ha sumido en el hambre, le ha negado su razón de vivir. Ha intentado por un tiempo vestir y remediar la enfermedad que afea los cuerpos de las bestias: la sarna del perro vagabundo al que le ladra el mundo su apestamiento, la coriza que corta las alas, cegando sus ojos, a la paloma mensajera, el pulgón corrosivo que roe y envenena la belleza de la rosa. Pero esos remiendos no pegan adecuadamente y le provocan terribles urticarias que le mantienen en vela durante la noche y en vilo durante el día. El está hecho de una pasta inmortal que venera a los hombres. Los ama. Desde inmemoriales recuerdos viene Partchechiffons realzando las bellezas de sus criaturas adoradas. Pero de un tiempo a esta parte el hombre ha decidido tomar las riendas de su propia condición física: remienda, inflama, deshincha, alarga, recorta, sustituye, repone y moldea a su antojo el envoltorio de sus almas. Esta cabalgada hacia la perfección a llevado a la consumición de la belleza natural al rechazar la extravagancia por confundirla con defecto, Partchechiffons extirpaba tumores no erradicaba singularidades hermosas y únicas: narices de un portento admirable por su carácter, orejas traviesas asomando entre bucles, arrugas de senectud donde leer toda una vida, pecas en los escotes como pequeñas lentejuelas de un hermoso vestido llamado piel.
Partchechiffons muere de pena de amor, su obra se ve condenada desaparecer y él con ella, pero no es esta verdad la que le está arrastrando a una tumba que jamás consideró posible, es perder el amor. Ese amor incondicional, abrumador, arrollador, ese torrente de amor que siente por la humanidad. Tener la certeza de que este amor morirá con él es lo que clava la pica en su inmenso corazón.

Contemplar al motivo de su amor convertirse en un perfecto envoltorio de plástico que recubre, ya ahora sin remedio, barro sucio de arrogante vanidad, ver la decrepitud del alma en lo mas querido lleva al abismo de la desesperación a Partchechiffons. La envidia, el egoísmo, lo ególatra alimentan ese desesperado deseo de alcanzar la perfección a golpe de martillo y a tajo de cuchillo de sierra.

... la belleza muere sobre mesas de doctores que empuñan la vulgaridad. Muero yo con ella en este baile de máscaras de perfección que esconden las mezquindades de los que las poseen. Muero yo con la belleza en este martes de carnaval  sabiendo que anuncia un irremediable miércoles de ceniza dónde ni tan siquiera el llanto de los dioses podrán lavar un gris monótono que envuelve la nada.

Partchechiffons
 
 
 
 
 
 
 
 

miércoles, 1 de mayo de 2013

El sueño de los imposibles



Hay veranos que duran lo que dura una noche de invierno cálido. Portadores de excentricidades, estos veranos existen provocando la locura, son los padres del prodigio de los extremos que se tocan, puntas que se unen por unos instantes y que invierten -con resultado de absurda lógica- lo establecido.
He visto en el corto transcurso de uno de estos veranos a un obeso ser engullido por una vaca anoréxica, a un alcohólico ser bebido por una botella de vino en una noche de abstemia, a un crápula licenciado en sexo ser salvajemente violado por una perita en dulce virgen e inexperta, a un adinerado sepultado por la ruina de su oro y enterrado en la comuna de los despojos, a un cigarro fumarse a un adicto y hacerlo humo negro, a un alumno cerrar la boca a un maestro aburrido de un soberano sopapo verbal de esperanza.
Que delicia disfrutar de tanta justicia poética en época de hambruna humana y justicia divina. Que privilegio ver desandar la senda del egoísmo a los presos del ''mío'' regalando a su paso los restos que anidan en sus bolsillos, a los esclavos levantar la vista de su vicio, al padre devolver el derecho a su hijo, al erudito proclamarse lerdo ante el niño.
Que hermosos estos veranos tan cortos como una vida amando y tan calurosos como un abrazo a tiempo. Tan utópicos que solo ocurren cuando duermo el sueño de los imposibles.