A veces no hay palabras ni citas que puedan resumir lo que paso aquel día. A veces el día, simplemente... termina.

sábado, 9 de marzo de 2013

Carta a Peter Banning



Esta noche soñé de nuevo, y de nuevo era antes, y de nuevo era niña grande, y de nuevo sonreía. Despertar y verme cana, verme arruga, verme en el espejo y reconocerme como la nada de un todo donde no se encaja. Estúpida mente retraida que me impide no llorar, no doler, no encogerme por la mitad por no llegar a esa altura, porque esta mente estúpida no comprende que hay montañas que algunos solo podemos acariciar en las pinturas, imaginar en los cuentos narrados por las abuelas donde los alpinistas avezados y experimentados plantaron su bandera en una cumbre que para mi solo será (por siempre) el sueño imposible de la ostra anclada en su arrecife.
Sentirme tan escasa como los dientes de un ganso, tan absurda como el remedio de cargar sacos para un dolor de espalda, tan hilarante como el romance de Europa y la peste negra, tan fracasada como el artista de un éxito olvidado que canturrea en el metro su éxito que apesta a naftalina.
El mayor escalón que golpea mis espinillas recordar como una vez salí a la superficie e inflé mis pulmones de aire de felicidad, como me inundó un mar invertido de oxigeno de vida, donde acariciarte era acariciar lo mejor de mi, donde escucharte borraba con dedos de sabio curandero todas las heridas de batallas perdidas, donde mirarte era sumergirme en la placidez de un mundo sin guerras, donde acompañarte era volar en circulos sobre las mezquindades humanas. Ya pasó, es un relato antiguo, un momento que se extinguió, languidamente y en silencio, tras una realidad de caminos divergentes. Se trata de haberme quedado sentada bajo un por qué recitando todas las respuestas que sé que jamás podré comprender por limitada entendedera y estúpida tozudez de querer ser esa vez que fui la reina del baile, la novia de blanco, la que te hacia reir, la que alimetaba tu alma, la que por las noches era tu refugio y tu mejor aliado.
Reconocerme anacronica, aceptarme limitada, admitirme ser traje pasado de moda que desentona por estridente y caduco en un tiempo donde los cuerpos lucen desnudos y las palabras pesan por su ligereza.
Retraerme a mi cubículo de horarios estúpidos, trabajos vergonzantes para el mundo, amistades ausentes y vivir como marca mi idiosincrasia. No pretender ser la ridícula parodia de una Pizarnik venida a menos, un desgarro de poemas. No mostrar una fragilidad que será al fin mal entendida y poco poética por el lamentable pragmatismo en la que se expresa. Dejar de querer ser en ti lo que a ti no te hace falta. Dejar de ser en mi lo que me destruye. Dejar de ser para empezar a existir la existencia innata que en mi habita y no la esperanza de la lombriz que pensó que llegaría a ser mariposa porque una vez se le dijo que era única y hermosa, ignorando en su estupidez que el jardín estaba lleno de hermosas alondras.