A veces no hay palabras ni citas que puedan resumir lo que paso aquel día. A veces el día, simplemente... termina.

martes, 14 de mayo de 2013

Martes de Carnaval



''Me llamo Partchechiffons y soy del mundo. Como el mar, las piedras, el aire, los árboles, como cualquier creación singular o plural  ajena al hombre, yo soy del mundo. Mi patria es el todo sin pertenecer a nada, mi religión la belleza...''

Escribe despacio y tembloroso, como el amante que se despide por siempre de su amada, como el reo que escribe sus póstumas voluntades, como el hijo que relata desde el llanto de la guerra.

Partchechiffons, es exactamente lo que su nombre indica: un parcheado de harapos. Retazos de desechos de fealdad que el mundo había alumbrando sin ton ni son sobre cualquier ser que en él habitara y que Partchechiffons como un experto apicultor recolectaba: la joroba que tornó arisco y cruel a un Narciso, el tartamudeo irritante que reprimió la lengua de un galante Casanova, la dentadura en desbandada de una prometedora Matahari que la condenó a habitar en la taberna de las cloacas sirviendo vino rancio a los ciegos que palpan a las damas a partir de la frontera de sus pechos. Partchechiffons ejecutaba su don ante tal despropósito y secuestraba esas feas crueldades y con la delicadeza de una dama las vestía con la elegancia de un cisne, otorgando así a esos pobres infelices la oportunidad de lucir su belleza por derecho.
Arrancando esas las lacras que el destino había pintado en sus cuerpos retorciendo las articulaciones de mundo en su primer llanto fuera del vientre como si ese día un sádico hubiera secuestrado a la poesía, Partchechiffons se herejía como justo redentor de la belleza y borraba dulcemente esa afrenta imperdonable.
Partchechiffons es la fealdad excelsa, y como cualquier sublimidad es imprescindiblemente bello. Nada en su hechura, en su porte, en su sonrisa, en su mirada, en sus ademanes desentona, es de una fealdad tan perfectamente equilibrada que ''imposible'' es el adjetivo que alumbra en los labios de quien por suerte le observa.

Escribe hoy esta hermosa gárgola su despedida. Su parcheado se cae pedazo a pedazo. Se corroen los remaches, se desprenden los recosidos. Se desoja hoja a hoja no como la hermosa y sencilla margarita silvestre, es más como una triste alegoría al pelado de la cebolla, como ella bajo cada lámina de fealdad que se desprende aparece otra que irremisiblemente inicia también su exfolio. Partchechiffons se muere a capas. Contempla afligido este otoño corporal entre lágrimas espesas que se encallan en las comisuras de esas costuras antaño fuertes y que hoy no son más que débiles hebras que se descorren como tímidas culebras. Este mundo que él ama le ha suprimido, le ha sumido en el hambre, le ha negado su razón de vivir. Ha intentado por un tiempo vestir y remediar la enfermedad que afea los cuerpos de las bestias: la sarna del perro vagabundo al que le ladra el mundo su apestamiento, la coriza que corta las alas, cegando sus ojos, a la paloma mensajera, el pulgón corrosivo que roe y envenena la belleza de la rosa. Pero esos remiendos no pegan adecuadamente y le provocan terribles urticarias que le mantienen en vela durante la noche y en vilo durante el día. El está hecho de una pasta inmortal que venera a los hombres. Los ama. Desde inmemoriales recuerdos viene Partchechiffons realzando las bellezas de sus criaturas adoradas. Pero de un tiempo a esta parte el hombre ha decidido tomar las riendas de su propia condición física: remienda, inflama, deshincha, alarga, recorta, sustituye, repone y moldea a su antojo el envoltorio de sus almas. Esta cabalgada hacia la perfección a llevado a la consumición de la belleza natural al rechazar la extravagancia por confundirla con defecto, Partchechiffons extirpaba tumores no erradicaba singularidades hermosas y únicas: narices de un portento admirable por su carácter, orejas traviesas asomando entre bucles, arrugas de senectud donde leer toda una vida, pecas en los escotes como pequeñas lentejuelas de un hermoso vestido llamado piel.
Partchechiffons muere de pena de amor, su obra se ve condenada desaparecer y él con ella, pero no es esta verdad la que le está arrastrando a una tumba que jamás consideró posible, es perder el amor. Ese amor incondicional, abrumador, arrollador, ese torrente de amor que siente por la humanidad. Tener la certeza de que este amor morirá con él es lo que clava la pica en su inmenso corazón.

Contemplar al motivo de su amor convertirse en un perfecto envoltorio de plástico que recubre, ya ahora sin remedio, barro sucio de arrogante vanidad, ver la decrepitud del alma en lo mas querido lleva al abismo de la desesperación a Partchechiffons. La envidia, el egoísmo, lo ególatra alimentan ese desesperado deseo de alcanzar la perfección a golpe de martillo y a tajo de cuchillo de sierra.

... la belleza muere sobre mesas de doctores que empuñan la vulgaridad. Muero yo con ella en este baile de máscaras de perfección que esconden las mezquindades de los que las poseen. Muero yo con la belleza en este martes de carnaval  sabiendo que anuncia un irremediable miércoles de ceniza dónde ni tan siquiera el llanto de los dioses podrán lavar un gris monótono que envuelve la nada.

Partchechiffons
 
 
 
 
 
 
 
 

4 comentarios:

  1. A pesar del rasgo de parcheidad, ojalá que continúe el amor, que no se pare, que se transmita...

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  2. que no deje de sonar nunca la música, ni en tu blog, ni en tu vida.
    te quiero mucho.

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  3. Lo importante es seguir bailando cuándo, dónde y cómo queramos pero bailando y siempre a nuestro son!
    un besazo enorme

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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